miércoles, 10 de febrero de 2010

Trastornos alimentarios

Cuando era pequeña tenía una amiga un poco gordita. Se llamaba Natalia. Ella odía su figura y solía estar a dieta. Su madre la amonestaba por esa ingenuidad. Durante la pubertad ella casi no comía pero ocultaba eso de su madre. Pronto empezó a forzarse a vomitar después de comer porque algunas veces le gustaba mucho comer dulces.
Su peso empezó a disminuir lentamente. Natalia se dio esperanza de que por fin ella va a tener una figura apuesta. Intensificó las diestas y de repente empezó a bajar el peso muy rápidamente. Los medicos le pronosticaron anorexia. La condición física de Natalia estaba casi fatal. Sus padres se aterrorizaron mucho, la llevaban a muchos doctores – psicoterapeutas y dietólogos. También mi amiga recibía mucha ayuda de sus parientes y amigos. En nuestros conversaciones siempre ella me decía su sueño más fuerte – que algún día volviera su figura redonda.
Un día yo recibí unas noticias buenas. Natalia había empezado a comer más de una rodaja de manzana al día. Los esfuerzos como si habían dado resultado. La vez siguiente que visité a mi amiga ella parecía un poco más vivaz. Yo estaba muy alegre. Empezé a planificar la vida de mi amiga y yo después de que se curara ella. La contaba como podríamos ir al mar juntas o celebrar nuestros cumpleaños. Por primera vez veía su esperanza de vida tan real y posible. Ese día era de los más alegres...
Por una gran lástima ese día era el último de ver a Natalia tembién. Se murió dos días después. Nadie lo esperaba. Todos estabamos chocados. Los sueños verñidicos murieron tan rápido como habían llegado. En un momento la enfermedad fue desplazada de la esperanza y en el momento siguiente todo se convirtío en una pesadilla inevitable.

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